domingo, 25 de diciembre de 2011

Tiempo para contemplar


Por Redacción AJ. El comienzo del evangelio de Juan nos anuncia la gran noticia de estos días navideños. La Palabra, el Hijo amado del Padre, ha venido a nuestra casa y ha decidido quedarse con nosotros. El que tanto nos ama viene como huésped que quiere habitar en nosotros, y para ello, realiza un gesto asombroso: “se inclina hacia nosotros”, atrayéndonos hacia él (Pedro Poveda). Pero todavía más, “la Palabra se hizo carne”, es decir, el Hijo se hizo historia, y abrió para toda la humanidad un camino de plenitud: “la humanidad fue tomada por el Hijo de Dios para no dejarla jamás, y esa humanidad adorable, en la persona divina fue elevada a su mayor perfección” (Pedro Poveda). Es el gran regalo de su amor que podemos acoger y agradecer o no.
No es un tiempo para hacer grandes teorías, sino para contemplar, es decir, para ver, escuchar y mirar y que, de ese modo, el misterio contemplado penetre en cada uno/a como por ósmosis, y nos vaya configurando y recreando desde lo profundo. De esto entendían bien los místicos. “No os pido más que le miréis” (Camino de Perfección 26.3), nos dirá Teresa. Y con la sencillez de quien se sabe cautivado y seducido por tanta ternura derramada situarnos ante el Niño que ha nacido y suplicarle: “Dame licencia para mirarte y verte... déjame estar contigo” (San Pedro Poveda, Coloquio con el Niño Jesús).
 
En medio de las sociedades actuales, el evangelio de Juan transmite certezas que abren sendas de humanidad, inéditas y provocadoras: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz… luz verdadera que nos ilumina”. ¿Cuáles son los hilos sobre los que se teje ese “humanismo verdad”?
· El Dios transcendente eligió poner su morada entre los suyos, es decir, atravesó las fronteras de la vulnerabilidad y la debilidad y deseó para nosotros un hogar que fuera el suyo: “vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a los que la acogieron, a los que creen en su nombre, les dio poder de ser hijos de Dios...” Jn 1,11-12.
·  El movimiento liberador y salvador se inicia desde el Dios que ha visitado nuestra casa y ha irradiado su luz trastocando los paradigmas antiguos de funcionamiento e inaugurando una nueva forma de entrañarse con los otros, los cercanos y los lejanos, los de casa y los de fuera, los conocidos y los extraños.
·  Quienes han abierto las puertas al que estaba llamando y lo han acogido, han pasado a formar parte de una nueva familia donde nadie es llamado “extraño” porque todos son hermanos, porque todos, mujeres y hombres, han recibido la filiación divina como don acogido y tarea compartida.
·  El Hijo amado, misericordia desentrañada del Padre como plenitud de gracia y fidelidad (Jn 1,14), se ha vuelto hacia la humanidad entera para hacer de ella una comunidad familiar que vive de su bondad y su ternura derramada abundantemente sobre nosotros según su misericordia (Tit 3,4). Contra la tentación de ser “nuevos Prometeos”, el evangelio de Juan nos comunica que todo lo recibimos de él, que de él nacemos, y por ello, la vida no es entendida como conquista, sino como gracia. Y esto supone que lo que hemos recibido gratis, lo ofrezcamos gratis, y que el agradecimiento sea la marca que nos une con Dios y con quienes hacemos el camino de la vida.
· La humanidad, constituida en familia, se vive asimismo abocada una y otra vez, desde y en las entrañas misericordiosas de Dios, a ofrecerse como benevolencia y bondad a toda la creación. Siendo agraciados desde esa experiencia radical y fontal, los creyentes en Cristo responden agradecidamente acogiendo, tomando consigo y atrayendo hacia sí a todos los que peregrinan en la vida. Ellos, que han aceptado a Jesucristo, se determinan, por su gracia, a vivir desde y en ese mismo amor gratuito que ofrecen libre y desinteresadamente.
· Y puesto que de su plenitud han recibido gracia sobre gracia (Jn 1,16), los discípulos del Resucitado se inician en las sendas de la acogida incondicional, de la gratuidad, para ofrecer cobijo, comida y seguridad a las hermanas/os itinerantes, a los mendigos, a los necesitados, e incluso a los pecadores y enemigos que llamen a sus puertas. Han sido sorprendidos y agraciados por el movimiento de salida del Dios transcendente que ha venido a su encuentro y se ha alojado en su morada. Por ellos se ha encarnado en PALABRA de apertura y de éxtasis, se ha regalado como amor que se expone y ha desvelado su intimidad para invitarles a compartirla dejando atrás el círculo cerrado de su subjetividad.
· El evangelio de Juan nos invita a entrar en la historia, compartiendo codo con codo las condiciones de los hombres y mujeres que están a nuestro lado, abriéndonos a los desafíos de quienes llegan de la otra orilla; acogiendo el latir de toda la humanidad, y especialmente de quienes padecen más o están más marginados, o sufren malnutrición, violencia, soledad… etc.
Unos días, por tanto, para estar bien cerca de Cristo, que es CAMINO, VERDAD Y VIDA para todo hombre y toda mujer. Mirándole, escuchándole, amándole, se nos abrirá un camino de plenitud en el amor.

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