Por Redacción AJ. El comienzo
del evangelio de Juan nos anuncia la gran noticia de estos días navideños. La
Palabra, el Hijo amado del Padre, ha venido a nuestra casa y ha decidido
quedarse con nosotros. El que tanto nos ama viene como huésped que quiere
habitar en nosotros, y para ello, realiza un gesto asombroso: “se inclina hacia
nosotros”, atrayéndonos hacia él (Pedro Poveda). Pero todavía más, “la Palabra
se hizo carne”, es decir, el Hijo se hizo historia, y abrió para toda la
humanidad un camino de plenitud: “la
humanidad fue tomada por el Hijo de Dios… para no dejarla jamás, y esa humanidad adorable, en la persona divina fue elevada a su mayor
perfección” (Pedro Poveda). Es el
gran regalo de su amor que podemos acoger y agradecer o no.
No es un
tiempo para hacer grandes teorías, sino para contemplar, es decir, para ver,
escuchar y mirar y que, de ese modo,
el misterio contemplado penetre
en cada uno/a como por ósmosis, y
nos vaya configurando y recreando desde lo profundo. De esto entendían bien los
místicos. “No os pido más que le miréis” (Camino
de Perfección 26.3), nos dirá Teresa. Y con la sencillez de quien se sabe
cautivado y seducido por tanta ternura derramada situarnos ante el Niño que ha
nacido y suplicarle: “Dame
licencia para mirarte y verte... déjame estar contigo” (San Pedro Poveda, Coloquio con el Niño Jesús).
En medio de las
sociedades actuales, el evangelio de Juan transmite certezas que abren sendas
de humanidad, inéditas y provocadoras: “En la Palabra había vida, y la vida era la luz… luz
verdadera que nos ilumina”. ¿Cuáles son los hilos sobre los que se teje ese
“humanismo verdad”?
· El Dios
transcendente eligió poner su morada entre los suyos, es decir, atravesó las
fronteras de la vulnerabilidad y la debilidad y deseó para nosotros un hogar
que fuera el suyo: “vino a su casa, y los suyos no la
recibieron. Pero a los que la acogieron, a los que creen en su nombre,
les dio poder de ser hijos de Dios...” Jn
1,11-12.
· El movimiento
liberador y salvador se inicia desde el Dios que ha visitado nuestra casa y ha
irradiado su luz trastocando los paradigmas antiguos de funcionamiento e
inaugurando una nueva forma de entrañarse con los otros, los cercanos y los lejanos,
los de casa y los de fuera, los conocidos y los extraños.
· Quienes han abierto las puertas
al que estaba llamando y lo han acogido, han pasado a formar parte de una nueva
familia donde nadie es llamado “extraño” porque todos son hermanos, porque todos,
mujeres y hombres, han recibido la filiación divina como don acogido y tarea
compartida.
· El Hijo amado, misericordia desentrañada del Padre
como plenitud de gracia y fidelidad (Jn 1,14), se ha vuelto hacia la humanidad entera para
hacer de ella una comunidad familiar que vive de su bondad y su ternura derramada abundantemente
sobre nosotros según su misericordia
(Tit 3,4). Contra la tentación de
ser “nuevos Prometeos”, el evangelio de Juan nos comunica que todo lo recibimos
de él, que de él nacemos, y por ello, la vida no es entendida como conquista,
sino como gracia. Y esto supone que lo que hemos recibido gratis, lo ofrezcamos
gratis, y que el agradecimiento sea la marca que nos une con Dios y con quienes
hacemos el camino de la vida.
· La
humanidad, constituida en familia, se vive asimismo abocada una y otra vez, desde
y en las entrañas misericordiosas de Dios, a ofrecerse como benevolencia
y bondad a toda la creación. Siendo agraciados desde esa experiencia radical y
fontal, los creyentes en Cristo responden agradecidamente acogiendo, tomando
consigo y atrayendo hacia sí a todos los que peregrinan en la vida. Ellos, que
han aceptado a Jesucristo, se determinan, por su gracia, a vivir desde y
en ese mismo amor gratuito que ofrecen libre y desinteresadamente.
· Y puesto
que de su plenitud han recibido gracia sobre gracia (Jn
1,16), los discípulos del Resucitado se inician en las sendas de la acogida
incondicional, de la gratuidad, para ofrecer cobijo, comida y seguridad a las
hermanas/os itinerantes, a los mendigos, a los necesitados, e incluso a los
pecadores y enemigos que llamen a sus puertas. Han sido sorprendidos y
agraciados por el movimiento de salida del Dios transcendente que ha venido a
su encuentro y se ha alojado en su morada. Por ellos se ha encarnado en PALABRA
de apertura y de éxtasis, se ha regalado como amor que se expone y ha
desvelado su intimidad para invitarles a compartirla dejando atrás el círculo
cerrado de su subjetividad.
· El
evangelio de Juan nos invita a entrar en la historia, compartiendo codo con
codo las condiciones de los hombres y mujeres que están a nuestro lado,
abriéndonos a los desafíos de quienes llegan de la otra orilla; acogiendo el latir de toda la humanidad, y
especialmente de quienes padecen más o están más marginados, o sufren
malnutrición, violencia, soledad… etc.
Unos días, por tanto, para estar
bien cerca de Cristo, que es CAMINO, VERDAD Y
VIDA para todo hombre y toda
mujer. Mirándole, escuchándole, amándole, se nos abrirá
un camino de plenitud en el amor.
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