martes, 14 de septiembre de 2010

Mi experiencia en Taizé

Por Mercè Tous, militante de Acit Joven. La última semana de agosto participé en la experiencia que se nos ofrecía desde Acit Joven de ir a Taizé. Fue una experiencia única, y estoy agradecida de haberla podido vivir y compartir con el grupo que se animó desde la convocatoria. Me sentí muy acompañada por esa pequeña comunidad de nuestra familia teresiana.


Para mí, Taizé ha significado principalmente una experiencia profunda de oración, de silencio interior y de paz. Creo que si me quedara con la primera sensación que tuve al llegar me podría parecer imposible, porque ¡había multitud de gente! También, si empezara a enumerar todas las actividades, encuentros, tertulias, talleres, idas y venidas por el enorme recinto, podría parecer que fue una experiencia de un ritmo muy frenético y estresante. Pero en cambio puedo constatar que una vez inmersa en la vida y la experiencia que te ofrece la comunidad, vas entrando poco a poco en la espiritualidad tan serena del lugar. Las oraciones, animadas por los preciosos cantos tipo mantra, te marcan el ritmo de la experiencia. Para mí fueron el centro desde el cual vivir todos los otros momentos de encuentros, introducción bíblica, talleres, trabajo, fiesta... Al mismo tiempo, fue un regalo también conocer a tanta gente, poder intercambiar experiencias y visiones distintas del ser creyente y de la búsqueda de Dios, descubrir cuanta riqueza y fuerza había en todas las personas que te ibas encontrando y tener la oportunidad de trabajar de monitora con los niños españoles que estaban viviendo también la experiencia con las familias. Finalmente, creo que Taizé me ayudó a sentir una verdadera comunión con todos los cristianos, a sentirme más Iglesia, porque realmente experimentas que a pesar de la diversidad de búsquedas y caminos, a todos nos unía un mismo deseo de sentir más cerca a Dios.

La vuelta a lo cotidiano y al trabajo ha sido fácil porque siento que la experiencia vivida no se desvanece ni diluye, porque ya forma parte de mí. Aún así es verdad que he notado obviamente un fuerte contraste entre mi realidad y la vida de Taizé, que el ritmo cambia por completo, que la vuelta al trabajo ha sido muy de "sopetón" y vuelves a palpar el estrés, que ya no todo el mundo que te cruzas por la calle te sonríe o es amable contigo... Por eso, a pesar de la alegría y paz interior que me regaló la experiencia de Taizé, no puedo evitar sentir cierta "nostalgia", a la vez que me resuena mucho el mensaje que los hermanos y el espíritu del hermano Roger dejaron tan claro a todos los que participábamos: que lo vivido en Taizé no se puede quedar allí, que tenemos que ser portadores de esa paz y confianza al regresar a lo cotidiano, que no podemos dejar morir esa llama que seguro que se encendió en nuestros corazones.

En relación a este mensaje me ha quedado especialmente grabada la última oración que tuvimos el sábado, con el precioso símbolo de las candelas, rezando todos juntos y recordando la frase que medio en broma nos dijo el hermano que nos hacía la introducción bíblica: "Esta noche se hace la oración con las candelas y todo el mundo se impresiona cuando se encienden todas, aunque el efecto dura poco porque se apagan siempre muy rápido. Pero no os preocupéis por eso, porque quiere decir que la luz ya queda integrada en vosotros".

Por último, simplemente quería compartir unas frases que he leído estos días del hermano Roger y que me han interpelado porque tienen relación con el cómo seguir lo vivido:
"La paz del corazón es una viga maestra de la vida interior, sustento del ascenso hacia la alegría. [...] ¿Acogerás el nuevo día como un hoy de Dios? ¿Sabrás descubrir despertares poéticos en cada estación, tanto en los días llenos de luz como en las heladas noches de invierno? ¿Sabrás alegrar tu sencilla morada con signos que ensanchen el corazón?" (Las fuentes de Taizé)

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