viernes, 24 de septiembre de 2010

El escándalo de la desigualdad


Dijo Jesús a los fariseos: “Había un hombre rico que se vestía de púrpura y lino, y todos los días celebraba banquetes. Y había también un pobre, llamado Lázaro, tendido en el portal y cubierto de úlceras, que deseaba saciar su hambre con lo que tiraban de la mesa del rico. Hasta los perros venían a lamer sus úlceras. Un día el pobre murió y fue llevado por los ángeles al seno de Abrahán. También murió el rico y fue sepultado. Y en el abismo, cuando se hallaba entre torturas, levantó los ojos el rico y vio a lo lejos a Abrahán y a Lázaro en su seno. Y gritó: “Padre Abrahán, ten piedad de mí y envía a Lázaro par que moje en agua la yema de su dedo y refresque mi lengua, porque no soporto estas llamas”. Abrahán respondió: “Recuerda, hijo, que ya recibiste tus bienes durante la vida, y Lázaro, en cambio, males. Ahora él está aquí consolado mientras tú estás atormentado. Pero, además, entre vosotros y nosotros se abre un gran abismo, de suerte que los que quieran pasar de aquí a vosotros, no puedan; ni tampoco puedan venir de ahí a nosotros. Replicó el rico:”Entonces te ruego, padre, que lo envíes a mi casa paterna, para que diga a mis cinco hermanos la verdad y no vengan también ellos a este lugar de tormento”. Pero Abrahán le respondió: “Ya tienen a Moisés y a los profetas,¡que los escuchen!” Él insistió: “No, padre Abrahán; si se les presenta un muerto, se convertirán”. Entonces Abrahán le dijo: “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, tampoco harán caso aunque resucite un muerto”. Lc 16, 19-31


Por Redacción AJ. De nuevo el evangelio de Lucas trata del peligro de las riquezas. El pasado domingo Jesús nos advertía que no podíamos servir a Dios y al dinero. Con esta parábola impresionante Jesús no pretendía elaborar un informe social, pero pone el dedo en la llaga: hay un abismo entre el mundo de los ricos y de los pobres; y también pone de manifiesto nuestra insensibilidad: “no harán caso ni aunque resucite un muerto”. ¡Qué fuerte!

El texto nos presenta claramente las condiciones se separan al pobre y al rico: la comida, el vestido y la vivienda. El rico todo lo celebra comiendo, se viste de gala y disfruta de su casa. El mendigo, sin acceso ni a las sobras de la mesa, con las úlceras de la piel al descubierto, viviendo a las puertas de casa ajena. El rico lo tiene todo menos un nombre y así no es nadie –en el texto evangélico no aparece el nombre de “Epulón” que la tradición le ha dado. Sus riquezas no hacen notable su persona. Al pobre le falta todo menos el nombre. Un nombre simbólico que significa “Dios ayuda”. Esa es su identidad. Y, curiosamente, el mismo nombre de una gran amigo de Jesús (Jn 11,1ss).

La situación contrapuesta de los personajes se acentúa con la muerte, pero ahora los papeles se han cambiado. El destino final de uno es “el consuelo” en la compañía de Abrahán y el del otro, “el tormento”. Jesús muestra la auténtica cara de la realidad, aquello que parece vivir y está podrido y aquello que parece malvivir encuentra las puertas abiertas de la vida. Es lo de “dichosos los pobres” y los de “Ay de vosotros, los ricos”.

El diálogo entre los muertos es el marco de una doble enseñanza. “Entre nosotros y vosotros se abre un abismo…”: el tiempo de oportunidades para la conversión se acaba con la muerte. “Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto”, que no es otra cosa que prestar atención a la Palabra de Dios que se revela por medios cotidianos y nada extraordinarios.

Lo peligroso no es ser rico o no. Lo peligroso es que la riqueza nos lleve a pensar solamente en nosotros mismos, a desear una vida cómoda y plácida, y no ver las necesidades de quienes nos rodean, aquellos que tienen la predilección de Dios: los oprimidos, los hambrientos, los cautivos, los ciegos, los que se doblan, los peregrinos, los huérfanos, las viudas….

Este evangelio es una llamada de atención personal que nos lleva a reflexionar sobre nuestra responsabilidad ante las desigualdades que desgarran nuestra sociedad. “Escuchar a Moisés y a los profetas”, y nosotros todavía estamos a tiempo, nos urge a reflexionar y a intervenir desde nuestras realidades concretas. Los seguidores de Jesús no podemos ser "convidados de piedra" de la historia.

El pasado 17 de septiembre, Benedicto XVI afirmaba en el parlamento de Londres:

“Donde hay vidas humanas de por medio, el tiempo es siempre limitado: el mundo ha sido testigo de los ingentes recursos que los gobiernos pueden emplear en el rescate de instituciones financieras consideradas ‘demasiado grandes par que fracases’. Pues bien, el desarrollo humano integral de los pueblos del mundo no es menos importante. He aquí una empresa digna de la atención mundial, que es en verdad ‘demasiado grande para que fracase’”.

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