"En aquel tiempo, Jesús se puso a hablar al gentío del reino de Dios y curó a los que lo necesitaban. Caía la tarde, y los Doce se le acercaron a decirle: «Despide a la gente; que vayan a las aldeas y cortijos de alrededor a buscar alojamiento y comida, porque aquí estamos en descampado.» Él les contestó: «Dadles vosotros de comer.» Ellos replicaron: «No tenemos más que cinco panes y dos peces; a no ser que vayamos a comprar de comer para todo este gentío.» Porque eran unos cinco mil hombres. Jesús dijo a sus discípulos: «Decidles que se echen en grupos de unos cincuenta.» Lo hicieron así, y todos se echaron. Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente. Comieron todos y se saciaron, y cogieron las sobras: doce cestos." (Lc 9, 11-17)De Redacción A.J. Supongamos que charlando con amigos sobre los estilos de vida que cada uno llevamos o nos gusta llevar, alguno expresara: a mí, el estilo que me va es el estilo “misa”. Resulta fácil imaginarse las caras de nuestros interlocutores, y los adjetivos que sin duda se les vendrían a la cabeza: aburrido, rutinario, triste… Sin embargo, las lecturas de este domingo nos invitan a ir más allá de las limitaciones que tienen muchas veces nuestras celebraciones y a recordarnos que la eucaristía es un estilo de vida que, por cierto, tiene poco que ver con lo rutinario, lo triste o lo aburrido. Vamos a ver por qué.
Este domingo, la iglesia nos propone la lectura de la “multiplicación de los panes y los peces”. Es seguro que, si un niño oye esta lectura, se maravillará pensando en lo milagroso del hecho y en el poder (mágico) de Jesús. También nosotros –los mayores- debemos maravillarnos, pero no al estilo del niño, sino desde la profundidad de lo que este gesto encierra tan en línea con la lógica, siempre sorprendente y rompedora, del evangelio. Un gesto que –como decimos- es una invitación a vivir de una determinada manera.
El texto se ilumina si tenemos en cuenta el paralelismo que presentan la primera y la segunda lectura.
Pablo, que escribe a los cristianos de Corinto, les recuerda que él ha recibido una tradición que procede del Señor, una tradición que seguimos repitiendo y actualizando los seguidores de Jesús cada vez que celebramos la Eucaristía:
“...el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó un pan y, pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza sellada con mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía»”.
Lucas por su parte, nos recuerda este gesto de Jesús:
“Él, tomando los cinco panes y los dos peces, alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición sobre ellos, los partió y se los dio a los discípulos para que se los sirvieran a la gente”.
Así pues se podría decir que tanto la primera como la segunda lectura hablan de la Eucaristía: si la primera se refiere a la Eucaristía-rito, la segunda se refiere a la Eucaristía-vida, una Eucaristía que se escapa de los límites cerrados de nuestros templos e iglesias para convertirse en celebración de la memoria de Jesús allí donde somos capaces de compartir lo que tenemos (el pan) y lo que somos (la vida y el amor).
Ambas –rito y vida- son inseparables: celebramos la Eucaristía-rito porque queremos mantener viva la memoria de aquel que nos invita a hacernos responsables unos de otros, a dar y darnos, a compartir, a crear fraternidad; celebramos la Eucaristía-rito porque queremos, en definitiva vivir con otro estilo: la Eucaristía-vida.
En la misa de cada domingo hacemos memoria que, desde Jesús, es posible salir de la lógica -rutinaria, triste y aburrida- del buscarse a uno mismo por encima de todo, que es posible salir de la lógica del cálculo interesado –«no tenemos más que cinco panes y dos peces»-, que es posible vivir desde la gratuidad del que da y se da, parte y se reparte.
Damos gracias este domingo por tanta gente que nos muestra con su vida que es posible “vivir al estilo misa”. Damos gracias por tantas comunidades cristianas que –como la sal- están repartidas por el mundo y apuestan por darle sabor. Damos gracias por todos aquellos que nunca “despiden a la gente” (y menos aún si la gente está en un descampado), y ponen su creatividad, su energía, su dinero y lo que son, para hacer posible aquello de “dadles vosotros de comer”.
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