Por Samuel Medina. En estos días volvemos a ver la campaña que la Iglesia
Católica está haciendo en España para marcar la casilla que le asigna un 0,7%
de nuestros impuestos de la Declaración de la Renta. Algunas cifras de lo que
hacen con ese dinero se puede ver en la web de la campaña (http://www.portantos.com/hacemos/cifras.html),
las cuales son realmente espectaculares. Yo marcaré la X, puesto que pienso que
la labor y el dinero que recauda tiene buen fin, pero no deja de resultarme en
todo caso un privilegio que la Iglesia (como institución) sigue teniendo como
herencia del pasado. En todo caso, el de la Iglesia no es un excepción, pues otros
muchos organismos se nutren de los impuestos que los ciudadanos pagan:
Patronal, Sindicatos, Organizaciones de Interés general… ¿Qué sería de la
Iglesia (como institución) si dejara de recibir esos fondos? Desconozco si cada
vez la marca más o menos gente, pero paradójicamente creo que sería positivo
que tendiera a financiarse con recursos propios, ajenos a la asignación
estatal. Se daría un paso delante de autenticidad. No tenemos la respuesta a la
pregunta, pero si es una obra de Dios, seguirá adelante, sea como sea…
Me considero una persona creyente y profundamente “de
Iglesia”. Me siento dolido, muy dolido, cuando se le critica y se sacan a
relucir sus innumerables incoherencias y sangrantes heridas. Me duele porque la
considero mi familia. Una familia que no es perfecta, pero familia al fin y al
cabo. El símil es sencillo: Uno puede saber que su hermano/a, padre, madre,
hijo/a etc. mete la pata o anda por un camino erróneo o es un inútil sin más,
pero por mucho que lo sepa, no deja de resultar doloroso oír críticas y
descalificaciones contra los tuyos…
Yo me siento tan Iglesia como cualquier otro bautizado, como
cualquier cura, como cualquier religioso/a, como el mismo Papa. Todos tenemos
roles y responsabilidades distintas, pero para los que intentamos vivir esto en
serio, la “marca” se erige al ser bautizados. Por tanto, cuando se critica a la
Iglesia, me siento aludido, pues me considero parte activa de ella. No me
identifico con innumerables posturas, declaraciones, decisiones, pero no por
ello, quiero dejar de ser Iglesia. Para mí, la pregunta clave que deberíamos
hacernos es: ¿Qué hago yo para cambiar lo que no me gusta de la Iglesia? No me
cabe duda de que las circunstancias harán que esta vaya cambiando y adaptándose
a los nuevos tiempos motivada por elementos exógenos, por la necesidad, pero creo
que la verdadera revolución debería llegar desde dentro: de nuestro
comportamiento y forma de encarnar el mensaje de Cristo.
Mi experiencia en Málaga (sé que no es una situación general)
es que nuestra Diócesis nos ofrece variedad de cauces sobre los que incidir.
Tenemos representación en el Consejo Diocesano de Pastoral Juvenil, donde se
decide conjuntamente con otros movimientos de Iglesia las actividades que se
van a realizar durante el año. También, creo que gozamos de una buena hornada
de gente pegada a la Diócesis que se parten la espalda por dar un testimonio de
vida coherente con Cristo. Entiendo que el camino a seguir para cambiar todo lo
que no nos gusta debe empezar por ahí: por encontrar a aquellas personas/movimientos
exigentes, críticos, con los que nos veamos reflejados. Por sentirnos Iglesia,
dejando claro que la representatividad de la misma no la ostentan aquellos
movimientos/grupos que se creen dueño de la misma y se amparan bajo el paraguas
de la jerarquía...
Es un hecho que desde hace ya varios años, décadas quizás,
la Iglesia (institucional) se haya claramente alineada. No puedo dejar de
pensar que hoy en día, en el entendimiento de mucha gente, el ser cristiano
está en el mismo pack que ir a misa, tener una ideología conservadora, votar a
determinado partido de centro derecha y vestir de una determinada manera. No
son más que burdas etiquetas absurdas, pero que están ahí. Responden a un
inusitado interés por crear un estereotipo del cristiano, pues una vez que algo
se dibuja, es más fácil definirlo y por tanto, tenerlo controlado. Nosotros,
como Movimiento, tenemos mucho que decir al respecto y trabajar por romper esas
odiosas etiquetas.
El problema viene cuando nos dedicamos a criticar sin hacer
nada al respecto. Existen cauces, una hoja de ruta a seguir, y somos nosotros
los que no la aprovechamos. Cientos de excusas nos llevan a no querer
representar la manera de ser Iglesia que tenemos y queremos. Sabemos que debemos
estar “ahí”, y esto es algo que llevamos
años trabajando, pero no conseguimos arreglar. Creo que en el fondo subyace que
“fundirnos” con los demás, es perder parte de nuestra identidad, cuando
posiblemente sea así cuando más nos reafirmemos. Necesitamos defender nuestra
postura, nuestra manera de ver el Evangelio, porque los que ocupan los lugares
de representación, ya están copados por los de siempre. Y están, desde mi punto
de vista, muy alejados del mensaje de Cristo.
Es nuestro deber y obligación demostrar que todos somos
IGLESIA. La misma que erigió Cristo. La misma que sigue viva hoy en día…
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