jueves, 21 de febrero de 2013

Escuchadle


Por Redacción AJ.
 
En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos.
Jesús “coge” a sus amigos, los suyos, los íntimos y los lleva al monte, fuera del tráfico diario; va a ser una experiencia para que les llene los sentidos, una experiencia para escuchar, necesitan silencio, intensidad, disponibilidad, apertura. Dejarse coger por Jesús para ir a estar con Él, a saber cómo es, es tener coraje. Y también lo es el invitar a tus amigos a orar, a compartir tu verdadero rostro, ese que eres tú de verdad porque es quien eres frente a Dios. Dejarte ver con el rostro iluminado por su amor y su ternura, dejar ver de qué te vistes… dejar que Jesús te regale con su amistad y que te comparta -así en amistad- lo que Él vive de su Padre, lo fascinante de su vida profunda, quién realmente es Él.  
De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén.
Hablaban de su muerte que iba a consumarse en Jerusalén, en la ciudad, abajo, en el tráfico de fuerzas, de poderes y de intereses, su muerte, su entrega iba a consumarse. Por eso les prepara con esta experiencia. Tienen que acopiar sentido, tienen que grabar fuerte el rostro iluminado de Jesús, sentir fuerte su amistad para poder entregarse en verdad luego en el momento de mayor dificultad o en la entrega diaria. Jesús invita a sus amigos a mirar su muerte desde una experiencia de amor del Padre y eso se vive, se acoge con coraje, se apoya y no se dice nada. Todo lo demás es queja superficial. Se aguanta, se ama, sin más.  
Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él. Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús:- «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.
¡Qué bien se está aquí! Y sin embargo hay que tener coraje para subir con los amigos al monte a orar. ¿Es que tenemos miedo de que nos falten/ les falten los ruidos que entretienen y atontan para no mirar, escuchar, celebrar la verdad profunda de que Él nos ha elegido como amigo, como amiga?, ¿es que tienes miedo de que Él te deje ver y entender quién es Él y quien eres tú y tus amigos para Él?, ¿tienes miedo de que Jesús te defraude o les defraude?, ¿es que tienes miedo de saberte y sentirte amada, amado por Él?

Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía:- «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, vieron solo a Jesús vieron solo a Jesús. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto.
Mira a Jesús con su rostro cambiado por la experiencia de confirmación: Tú eres mi Hijo. ¿Qué vive Jesús? Es la cima de la experiencia: escuchar la voz de Dios, haber oído personalmente que Él es el Hijo predilecto, el escogido. “Lo que nuestros ojos vieron y nuestros oídos escucharon”… eso es lo que os contamos. Es una experiencia personal y constitutiva y a la vez es una experiencia de grupo, que da profundidad y arranca de lo superficial. “Escuchadle” ¿es una petición?, ¿es un ruego? Escuchadle en la oración, abrid todo el ser en la acogida. Dejad que todo Él os hable. Escuchadle también abajo, escuchadle en los que mueren como Él, en los indefensos, en los vulnerables desde donde Él os habla. Ellos también son el Hijo predilecto y hay que tener el coraje de mirarles a su cara transfigurada, de escuchar su voz a veces sin palabras. Escuchad a los que como Él se entregan a la muerte y a la vida y la enfrentan cara a cara y la viven con verdad y con pasión. Escuchadle, escuchadle… porque cuando sonó la voz, ya desde entonces, vieron solo a Jesús.

Es la cima de la experiencia, escuchar la voz de Dios que te dice hoy también a ti: “Tú eres mi hijo, tú eres mi hija amada”. Orar es escuchar libre, desnudamente, esa voz, acogerle a Él, dejarse transfigurar por Él, dejar que su palabra se haga vida en nosotros y que salga también para ser escuchada en su nombre en el monte con los cercanos y en el valle, en la ciudad donde se aguarda la esperanza quizás sin saberlo.

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